Los numerosos retos a los que nos enfrentamos en el día a día nos provocan unos niveles de tensión, que, con frecuencia, son excesivos. Una de las estrategias más útiles para evitar que dicha tensión desemboque en estados de agotamiento tanto físico como psicológico, consiste en mantener unos adecuados niveles de energía en nuestro cuerpo, ya que existe una relación muy clara entre la cantidad de energía de que disponemos y la capacidad de afrontar la tensión de forma saludable.
Pero antes de analizar dicha relación, aclararemos en qué consisten estas variables de las que estamos hablando: la energía y la tensión.
Energía: este concepto lo podemos entender fácilmente imaginándolo como el nivel de carga de nuestra batería; ésta puede fluctuar desde el 100 % que tendríamos a primera hora de la mañana cuando hemos dormido bien, hasta los niveles en rojo cuando está a punto de agotarse, normalmente al final de un día ajetreado.
Tensión: hace referencia a la activación tanto psicológica como fisiológica que nos generan las diferentes demandas que el día a día nos pone por delante. Esta tensión, al igual que la energía, también varía, fluctuando desde los niveles más altos cuando sentimos que la situación nos desborda, hasta los estados de calma cuando percibimos que “todo está bien”.
De la combinación de estas dos variables surgen cuatro estados diferentes como podemos ver en el siguiente gráfico:
Veamos con más detalle cada uno de estos estados.
El primero de ellos es el de calma – energía, es el estado ideal, nos sentimos seguros y tranquilos, con las baterías llenas y en plena forma para afrontar el nuevo día.
El siguiente sería calma – cansancio, al igual que el primero, este también es un estado positivo, al final de un largo día nos encontramos cansados, las cosas han ido bien y no estamos especialmente preocupados por nada, estamos satisfechos y nos disponemos en descansar para recuperar la energía.
Como podemos ver, cuando no existe tensión todo es más fácil. Pero, ¿qué ocurre cuando la tensión está presente?
Esto es lo que ocurre en los dos estados restantes: tensión – energía, debemos enfrentarnos a diferentes problemas, tareas por hacer o dificultades que superar, lo cual nos activa, nos tensa, tanto física como psicológicamente, pero nos sentimos con fuerzas para afrontarlo, nuestra batería tiene energía suficiente.
Finalmente, llegamos al último estado, el peor de todos: tensión – cansancio, aquí nos encontramos agotados, sin fuerzas para afrontar los retos que tenemos por delante, agobiados e incluso haciendo los problemas más grandes de lo que realmente son. Es una de las claves que hacen que no tengamos una mente sana como deberíamos.
Es este último estado el que predomina cuando pasamos por una época de estrés, y el que debemos aprender a reconocer para regularlo adecuadamente y no sufrir más de lo necesario. Además del trabajo que supone aprender a reducir los niveles de tensión a través de técnicas de modificación de pensamiento, conducta, meditación, relajación etc. queremos poner el acento en la gran importancia que tienen las estrategias encaminadas a recuperar la tensión, a “cargar las pilas”. Descuidar la alimentación o el descanso en momentos de estrés puede tener un coste definitivo sobre nuestros recursos de afrontamiento.
La sinergia de ambos esfuerzos, los encaminados a reducir la tensión mas los dirigidos a una recuperación de nuestra energía, nos permitirá mirar de frente los retos del día a día con la sensación de que podemos con ellos.
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