Grupo XXI – Psicología Aplicada

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Superar la hipocondria

Hipocondría: soluciones inadecuadas

Vivir con la continua certeza de estar sufriendo una enfermedad grave es una experiencia altamente angustiosa.

El grado de ansiedad del que informan las personas que padecen hipocondría es muy intenso. No es de extrañar que dediquen enormes esfuerzos a intentar reducir tal sufrimiento.

La ansiedad, aunque extremadamente útil y con gran valor de supervivencia, ya que nos prepara ante las posibles amenazas que se nos pueden presentar, se experimenta de forma desagradable. Algunas veces como una sensación verdaderamente aguda de desasosiego. Por tanto, tratar de eliminarla así como protegerse de lo que la provoca es una respuesta natural en todos los humanos.

Ahora bien, la urgencia por reducir el miedo lleva a buscar el camino más corto y más fácil para conseguirlo. Encontramos entonces atajos que no siempre son los mejores, es más, lejos de ser la solución, se convierten precisamente en el problema.

Es a través de estos métodos equivocados, justamente, como el problema toma envergadura. No es, por tanto, el temor inicial a la enfermedad, que es compartido por muchos, el que conduce a algunas personas a enredarse en el bucle de la hipocondría, sino los intentos inadecuados por eliminar el miedo intenso a estar enfermos.

Algunas de las formas más habituales que toman estas soluciones trampa son:

  • Comprobaciones. Las personas que sufren hipocondría hacen caso al impulso de tocarse repetidamente la zona “afectada” para comprobar que no existen bultos, rugosidades u otros síntomas temidos. Se acude a esta estrategia con la esperanza de observar que todo va bien.
  • Evitaciones. Mantienen la creencia de que sentirán menos miedo si eluden hablar o leer acerca de ciertas enfermedades, también evitan realizar algunas actividades que, supongan, por ejemplo, excesivo esfuerzo. Evitan también algunas partes de su cuerpo que les producen especial temor. Rehuyen además las citas médicas cuando son necesarias, como las revisiones periódicas.
  • Tranquilizaciones. Es fácil preguntar a la pareja u otras personas cercanas su opinión acerca de algunos aspectos de nuestra salud. Habitualmente nos tranquilizarán. También es posible recurrir a profesionales médicos de forma compulsiva e innecesaria, a menudo para consultar sobre los mismos síntomas.
  • Autoconvencimiento obsesivo. Ante la aparición de algunos pensamientos de preocupación como: “Debo tener un tumor” parece natural contestarse inmediatamente a uno mismo: “Seguro que no, me encuentro bien y no he perdido peso”. Escucharnos estos argumentos nos tranquilizará de forma inmediata, sin embargo este tipo de pensamientos repetidos de forma automática no ayudan a largo plazo.

Es natural utilizar todas estas estrategias para calmar la ansiedad. Sin embargo, hay que saber que se van a convertir en lo que mantiene el problema.

El tratamiento psicológico para la hipocondría está dirigido precisamente a reconducir la forma en la que hay que manejar la ansiedad, ayudando a la persona a enfrentar aquello que le asusta en vez de callar el miedo por el procedimiento más rápido posible. Se trata de aprender qué hacer con el miedo cuando aparece y alejarse de las citadas estrategias erróneas.

La hipocondría es un problema serio que puede llegar a repercutir de forma amplia en distintos aspectos de la vida de una persona. La intervención psicológica para su mejoría entraña cierta complejidad y siempre debe estar dirigida por un profesional.

 

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