Una historia basada en hechos reales
Laura no tenía que ir hoy a la oficina, se estaban celebrando unas jornadas profesionales en las que su empresa participaba y pasaría en el centro de convenciones toda la jornada. Esa misma mañana, uno de sus compañeros de departamento haría una presentación.
Laura llegó a primera hora, pero como no tenía demasiado interés en la primera ponencia, decidió visitar la cafetería y disfrutar de un segundo café. Fue entonces cuando recibió la llamada de su compañero, se había despertado vomitando y con un fuerte dolor de estómago, algo le sentó mal en la cena. En ese mismo momento, se torció el prometedor día que Laura tenía por delante. Debería sustituir a su compañero, no había otra posibilidad, y tan solo tenía un par de horas para ponerse al día con unos contenidos que no dominaba y con unas diapositivas que no había realizado ella misma.
A medida que avanzaba la mañana Laura se iba sintiendo peor, no dejaba de pensar en el desastre que sería la presentación, y en que sería evidente para todos que no dominaba el tema.
La situación ya era bastante mala, pero empeoró aún más cuando Laura entro en la sala donde se estaban desarrollando las ponencias, era más grande de lo que esperaba, tan grande, que era necesario utilizar un micrófono para hacerse oír por todo el público.
Laura tenía algo de experiencia hablando en público, no demasiada, había hecho algunas presentaciones en su empresa, y no le había ido del todo mal, pero siempre había sido con poco público y en un entorno conocido.
En esta ocasión se tenía que enfrentar a un gran auditorio, y utilizar un micrófono, algo que hasta entonces no había hecho nunca.
Llegó la hora, Laura subió los dos escalones que separaban el patio de butacas del escenario, conecto su portátil, cogió el micrófono, lo encendió, miró al público y como pudo comenzó a hablar. Tenía la sensación de que el corazón se le iba a salir del pecho, y que apenas podría respirar.
Sus primeras palabras fueron para explicar su presencia en lugar de la de su compañero. Enseguida, se dio cuenta, en cuanto realizó su primera pausa para tomar aire y continuar, el micrófono estaba amplificando el sonido de su respiración, en cada pausa que hacía para tomar aire se oía un suspiro. Laura entró en pánico, pensó que esos suspiros se estaban oyendo tan fuertes y tan continuados, que nadie podría seguir el hilo de su presentación, nadie se enteraría de nada, tan solo estarían pendientes del siguiente suspiro y del ridículo que estaba haciendo esa pobre chica.
Pero no había salida, no podía abandonar ni dejar el micrófono, había que seguir adelante. A duras penas pudo terminar su intervención, lo hizo a toda prisa y sin desarrollar ni un ápice los contenidos, lo importante era terminar cuanto antes y poder soltar aquel maldito micrófono que la estaba poniendo en evidencia.
Durante los 20 minutos que duró su intervención Laura no dejó de escuchar ni uno solo de los suspiros de su respiración y tampoco dejo de horrorizarse con todos y cada uno de estos suspiros.
Cuando por fin salió del escenario para dar paso al siguiente orador, fue directa a la puerta y sin levantar la vista del suelo, para no cruzarse con ninguna mirada, se marchó a casa, había sido uno de los peores días de su vida, y desde luego, el peor desde que había empezado a trabajar.
A la mañana siguiente Laura recibió una llamada de su jefe, cuando vio en la pantalla del móvil que se trataba de él, le dio un vuelco el corazón, lo primero que pensó fue que la llamaba para despedirla, lo de ayer había sido tan bochornoso que esa sería la primera medida que su jefe tomaría al día siguiente. Sin embargo, no era esa la intención de la llamada, las jornadas se prolongarían algunos días más, su jefe se iba a pasar por el centro de convenciones y quería saber si Laura le podría acompañar.
Se sentaron en mitad del patio de butacas y comenzaron a escuchar al ponente de turno, era un chico joven que apenas había comenzado con su presentación. Entonces, Laura se dio cuenta de nuevo, ¡se le oía respirar!
Alarmada, pero también un poco aliviada pensando en que no era a ella a la única a la que le pasaban esas cosas, se lo dijo a su jefe:
– Mira, mira, a este chico le está pasando lo mismo que me pasó a mi ayer.
Su jefe volvió la cabeza hacia Laura, y poniendo cara de extrañeza le pregunto:
– ¿y que le está pasando?
Laura se quedó algo confusa, no entendía cómo algo tan evidente podía estar pasando desapercibido para su jefe. Entonces se lo explico:
– Pues no lo oyes, que se nota cada vez que respira.
– Haber, haber, dijo su jefe, y haciendo el típico gesto que se hace para escuchar algo con atención, comento:
– Ah, sí, es verdad… ¿y?
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